La experiencia nos confirma
todos los días en esta opinión de que las dificultades y las decepciones que se
encuentran en la práctica del Espiritismo, tienen su origen en la ignorancia de
los principios de esta ciencia, y estamos felices por haber constatado que el
trabajo que hemos hecho, para precaver a los adeptos contra los escollos de un
noviciado, ha producido sus frutos, y que muchos han debido a la atenta lectura
de esta obra el haber podido evitarlos.
Un deseo muy natural, entre las
personas que se ocupan del Espiritismo, es el poder entrar por si mismas en
comunicación con los Espíritus; esta obra está destinada a facilitarles el
camino, haciéndoles aprovechar el fruto de nuestros largos y laboriosos
estudios, porque se tendría una idea muy falsa, pensando que para ser experto
en esta materia basta saber colocar los dedos sobre una mesa para hacerla girar
o tener un lápiz para escribir.
Se engañaría igualmente, si se
creía encontrar en esta obra una receta universal e infalible para formar los
médiums. Aunque cada uno contenga en sí mismo el germen de las cualidades
necesarias para poderlo ser, estas cualidades no existen si no en grados muy
diferentes, y su desarrollo proviene de causas que no dependen de ninguna
persona el hacerlas nacer a voluntad. Las reglas de la poesía, de la pintura y
de la música, no hacen ni poetas, ni pintores, ni músicos de aquéllos que no
tienen el genio: guían en el empleo de facultades naturales.
Lo mismo pasa con nuestro trabajo;
su objeto es indicar los medios de desenvolver la facultad mediúmnica tanto
como lo permitan las disposiciones de cada uno, y sobre todo dirigir el empleo
de éstas de una manera útil, cuando la facultad existe.
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Allan
Kardec (Lyon, 3 de octubre de 1804- París, 31 de marzo de
1869) es el seudónimo utilizado por el pedagogo y escritor Hippolyte Léon
Denizard Rivail, considerado el sistematizador de la doctrina llamada
espiritismo.
En
1854, oyó hablar por primera vez del fenómeno de las «mesas parlantes», al que
solo empezó a conceder crédito tras haber sido testigo, en mayo de 1855, de
inexplicables fenómenos relacionados con mesas ambulatorias y giratorias o
«danzantes», así como con la llamada «escritura automática». Persuadido de la
existencia de una región espiritual habitada por almas inmortales desencarnadas
con las que era posible comunicarse, Rivail se decidió a examinar una
voluminosa colección de escritos psicográficos que le proporcionaron amigos
espiritistas interesados en su juicio y empezó a asistir con regularidad a
sesiones, preparado siempre con una serie de preguntas que le eran respondidas
de «manera precisa, profunda y lógica», a través de los sujetos a los que el
espiritismo denomina «médiums», porque actúan como intermediarios en las
comunicaciones con las supuestas almas desencarnadas. Toda esta materia,
debidamente «repasada y corregida» por la entidad espiritual que se identificó
ante Rivail como «la Verdad», sirvió de base al cuerpo de doctrina de El
libro de los espíritus, su obra aparecida el 18 de abril de 1857, cuya
primera edición se agotó en pocos días, llegándose a la decimosexta en vida del
autor.
El
éxito de El libro de los espíritus propició la fundación de la Revue
Spirite y la constitución formal, en 1858, de la Sociedad de Estudios
Espiritistas de París, que Rivail presidiría hasta su muerte.
Su
«espíritu protector» le había informado de que, en una existencia previa, en el
tiempo de los druidas, ambos se habían conocido en la Galia y él se llamaba
«Allan Kardec».
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