Por Manuel Carballal
La
sorprendente Omm Seti
Dorothy
nació en Blackheath (Londres), el 16 de enero de 1904. Con tres años de edad
sufrió una aparatosa caída, que le produjo una experiencia de muerte clínica. O
así al menos lo diagnosticó el médico que acudió en su auxilio a llamada de sus
padres. Sin embargo, casi una hora después de haber firmado la defunción, y
cuando el médico volvió al cuarto donde había dejado el cuerpo inerte de la pequeña,
la descubrió viva y sonriente, y sin recuerdo del traumatismo craneoencefálico
sufrido un rato antes.
A
partir de ese día la pequeña Dorothy comenzó a tener una serie de sueños
recurrentes en los que aparecían paisajes, edificios y personas que no reconocía.
Y no fue hasta una visita al Museo Británico, en compañía de sus padres, que
descubrió el origen de aquellas pesadillas y visiones insistentes. Cuando entró
en la sala egipcia del prestigioso museo, la niña se abalanzó sobre las
estatuas faraónicas, abrazándolas y besándolas compulsivamente. Había
descubierto que su futuro, y según ella su pasado, estaba en Egipto. Años
después, una fotografía del templo de Abydos en la prensa británica terminó de
encauzar su futuro. Aquella era la “casa” con la que soñaba una y otra vez.
A los
14 años los sueños con Abydos empezaron a prolongarse más allá de cuando estaba
dormida, y empezó a afirmar que una especie de “espíritu” o yinn, llamado
Hor-Ra se le aparecía dictándoles mensajes sobre el origen de la cultura
egipcia. El Londres de los años veinte era un hervidero de médiums, gurús y
esoteristas. Sir Arthur Conan Doyle escribía las aventuras del célebre Sherlock
Holmes, mientras participaban en investigaciones sobre fotos de hadas o casas
encantadas; la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres intentaba
obtener el reconocimiento académico, y Aleister Crowley reivindicaba el
satanismo como una filosofía licita. En ese caos de creencias a cuál más
pintoresca, Dorothy Louis aprendió a leer jeroglífico de la mano Sir Wallis
Budge, conservador del Museo Británico, y se convirtió en una enérgica
activista, comprometida con la lucha política por la independencia de Egipto.
En 1933 llegó a este país, de donde ya no saldría más que en un par de fugaces
ocasiones.
Durante
veinte años trabajó como egiptóloga en la zona de El Cairo, allí se casó con
Iman Abd El Megid y tuvo un hijo, bautizado como Seti. De ahí su sobrenombre
Omm Seti, que significa madre de Seti en árabe. En 1952 pudo establecer su
residencia definitiva en Abydos, donde se ganó el respeto de la comunidad
científica, a pesar de los absurdos relatos que hacía sobre sus encuentros
“astrales” con el mismísimo faraón Seti I.
Probablemente
un neurólogo podría ubicar perfectamente el origen de las visiones de Dorothy
en un trastorno del lóbulo temporal debido al traumatismo que sufrió a los tres
años. Es posible. Y también es posible que ni Hor-Ra, ni sus encuentros
“astrales” con Seti I haya existido más que en su imaginación. Sin embargo,
aquellas experiencias psíquicas alimentaron el entusiasmo de Omm Seti durante
toda su vida. Y gracias a ese entusiasmo la egiptóloga británica más excéntrica
de la historia, consiguió reconstruir totalmente el templo de Abydos, para el
disfrute de todos los viajeros que llegamos a aquellas tierras, después de su
muerte, el 21 de abril de 1981. Una vez más, las experiencias psíquicas de una
visionaria contribuyen para el bien de la ciencia. Así de caprichoso es el
destino.
Deduzco
que la “investigación” que hicieron en Abydos mis colegas de la AAS fue
superficial. Un estudio sobre la historia del templo mínimamente serio les
habría llevado a Omm Seti, y si hubiesen conocido su obra sin duda la habrían
reflejado en las páginas del Ancient Skies. Sobretodo porque, según publicó Omm
Seti en sus diarios, antes de morir, el mismísimo faraón Seti I le había
explicado, en sus encuentros “astrales” el origen extraterrestre de la cultura
egipcia. Sin embargo, los colegas de Erich von Däniken se limitaron a
fotografiar los extraordinarios grabados que aparecen en la primera sala
hipóstila del templo, a unos 10 m. de altura, y a acompañarlos de algunos
comentarios históricos sobre Abydos, un poco tendenciosos y evidentemente
superficiales. No obstante, me puedo imaginar la cara de los colegas de la AAS
al encontrarse, en medio de un grupo de jeroglífos del Egipto faraónico, con la
representación perfecta de un helicóptero, un tanque, un avión y un submarino
(un helicóptero, un tanque y dos aviones según otra versión).
Supongo
que todos los suscriptores de Ancient Skies sintieron en mismo latigazo de
entusiasmo que yo al contemplar aquellas fotografías. ¿Sería esa la prueba tan
ansiada de que realmente existieron unos “dioses” foráneos a la humanidad en un
pasado remoto? ¿O se trataría acaso del legado de una civilización
desaparecida, como la Atlántida o Lemuria? Solo se me ocurre otro enigma del
pasado que resulte igual de evidente, recogido también por el Ancient Skies:
las pisturas rupestres de Fergana (antígua URSS) que muestran a un platillo
volante y a un astronauta, con igual nitidez inequívoca que los jeroglifos de
Abydos. Si una imagen vale más que mil palabras, las fotos de Abydos y Fergana
en Ancient Skyes eran sendas enciclopedias. Nadie podía quedarse impasible ante
esas evidencias. Yo al menos no. Por eso me propuse averiguar si ambas
“pruebas” eran lo que parecían.
Confieso
que me sentía tan emocionado como un niño cuando atravesé el primer patio, la
terraza, el segundo patio y el pórtico del templo de Seti I, para llegar a la
sala hipóstila. Y allí estaba. En lo alto, como si los escultores de aquellas
imágenes hubiesen querido subrayar el desplazamiento aéreo de aquellos
artefactos mecánicos, ubicándolos casi en el techo. Contundentes,
indiscutibles, incuestionables. Jamás había visto una representación tan exacta
de un objeto fuera de su tiempo. De alguna manera los constructores del templo
de Abydos habían grabado en los jeroglífos la imagen de máquinas modernas. Sin
embargo, había algo que no encajaba. ¿Cómo es posible Omm Seti no hubiese visto
aquellas pruebas irrefutables de la presencia extraterrestre en el templo? Si
la mayor especialista del mundo en el templo de Abydos, una egiptóloga con
cincuenta años de experiencia en Egipto, veinte de ellos en ese templo, que
además era creyente en lo paranormal, e incluso había afirmado que el mismísimo
Seti I se le aparecía en visiones para hablarle del origen extraterrestre de la
dinastía egipcia… ¿Por qué no mencionaba ni una palabra del tanque, el
helicóptero, el submarino y el avión que posaban descaradamente ante el
objetivo de mi cámara en ese momento? ¿Qué razón podía tener Omm Seti para
ocultar aquella evidencia irrefutable, que avalaría sus propias afirmaciones
sobre sus contactos con el espíritu del faraón? No, algo no encajaba. No tiene
sentido que Omm Seti no mencione este descubrimiento en sus diarios. Ni que sus
biógrafos, como Jonathan Cott, autor de “La reencarnación de Omm Seti”, tampoco
lo hagan…
La
altitud a que se encuentran esos grabados hacía imposible que realizase un
calco de los jeroglífos, lo que me habría permitido analizarlos con mucha más
fiabilidad, y resolver el enigma mucho antes. Así que me contenté con tomar
fotos desde todos los ángulos posibles, grabarlos en video con distintos
filtros, y contextualizarlos en el interior del templo. Tiempo habría de
analizarlos con más detenimiento en compañía de egiptólogos amigos.
El
templo de Abydos ofrece muchos más elementos interesantes para el visitante,
como la lista de todos los faraones que precedieron a Seti I y a su hijo
Ramses, en el gobierno de Egipto (todos, menos los considerados ilícitos
monarcas, como la reina Hatshepsut); las habitaciones fantasmas, cuya utilidad
sigue desconcertando a los egiptólogos; o el interesante Osirión. Este
cenotafio de piedra maciza, construido para el dios Osiris, se encuentra a 12
metros por debajo del nivel del templo y presenta una serie de interrogantes
sobre su datación, francamente embarazosos para los egiptólogos. Aunque eso es
algo bastante frecuente en las antigüedades faraónicas. Ese Osirión era uno de
los lugares favoritos de Omm Seti, entre otras muchas razones porque en la sala
del sarcófago aparecen representados los akhu o “cuerpos glorificados”, que un
esoterista llamaría “cuerpos astrales”, abandonando el cuerpo físico. La
egiptóloga afirmaba que así era como ella se reunía con su amado Seti I. Tardé
algunas semanas en encontrar la explicación a las “maquinas de Abydos”, y
ocurrió en Luxor.
Encuentro
en Luxor
Por
esas extrañas coincidencias del destino, y porque en el fondo algunos lugares
como el Museo Egipcio de Antigüedades de El Cairo, la meseta de Giza, o las librerías
de Luxor son de visita obligada para arqueólogos, antropólogos,
astroarqueólogos, piramidólogos, y demás estudiosos del pasado, ortodoxos o
heterodoxos, me encontraría con varios de ellos en nuestros respectivos viajes
a Egipto. Y siempre es un placer coincidir con mi admirado José Miguel Parra o
Ignacio Ares, en cualquier parte del mundo. Pero si es en Egipto, más.
Ambos pertenecen
a la escuela egiptológica más “oficial” y académica. Y ambos conocen a la
perfección la cultura faraónica. ¿Quién mejor que ellos para consultar las
dudas que me angustiaban sobre la presencia de máquinas modernas en los
jeroglífos egipcios? ¿Podrían los historiadores y egiptólogos “oficiales” darme
una alternativa razonable a la hipótesis de la AAS para explicar que hace un
helicóptero, un tanque, un avión y un submarino en el templo de Abydos? Y lo
hicieron.
Pacientemente,
Ignacio Ares me explicó como Ramses II, un faraón casi tan fecundo en la
construcción de templos como en la procreación de descendencia, tenía la
costumbre, como otros antes y después que él, de “apropiarse” de templos y
monumentos construidos por sus predecesores. Para ello, lo que hacía era tapar
el cartucho del faraón constructor del templo con un parche de argamasa, y
sobre ese “parche” colocaba el cartucho con su nombre. Pues bien, según Ares,
si superponemos los caracteres jeroglíficos del cartucho de Seti I con el de Ramses
II, surgen esas formas caprichosas que, solo a ojos de un occidental
contemporáneo, no familiarizado con la escritura jeroglífica, podrían parecer
maquinas modernas. Fin del misterio.
La
explicación parecía razonable, además no tenía ninguna razón para pensar que
Ares, Parra, o cualquiera de mis amigos, arqueólogos, historiadores,
egiptólogos, etc, me mintiesen. Sin embargo, como repite una y otra vez
Grissom, el ficticio entomólogo criminalista de los CSI, los humanos se
equivocan, las pruebas no. Así que intenté hacer un pequeño experimento para
comprobar si la teoría de la superposición de cartuchos podía explicar
realmente aquellos inquietantes jeroglífos. Se que parecerá un experimento
absurdo y precipitado, pero a mí me sirvió para aplacar totalmente mis dudas. Compré
un DVD en la misma tienda del hotel, que por cierto era un documental sobre los
misterios de Egipto presentado por Omar Sharif, y le arranqué la parte de
plástico transparente de la portada. A continuación, y tan toscamente como
implica utilizar un cuchillo en lugar de unas tijeras, corté aquel plástico
transparente en dos mitades iguales. Sobre una dibujé el cartucho jeroglífico
de Seti I, amante sobrenatural de Omm Seti y constructor original de Abydos. En
el otro dibujé el cartucho del usurpador Ramses II. Cuando coloqué una de las
láminas de plástico sobre la otra, el resultado no podía ser más contundente.
Ante mí aparecían milagrosamente el helicóptero, el tanque y las demás
“máquinas modernas”.
Una
extraordinaria coincidencia, un capricho del azar, una mala interpretación.
Todo eso y mucho más. Pero una nueva clave. Porque a lo largo de mi viaje me
encontraría una y otra vez con fenómenos similares. Supuestas pruebas
irrefutables de la presencia de los “dioses” en el pasado de la humanidad, que
fueron reinterpretadas por investigadores tan bienintencionados como yo, pero
tan ignorantes a la vez del contexto donde se dieron. El contexto es vital. Y
al final, por desgracia o por suerte, en la inmensa mayoría de los casos, las
supuestas evidencias de los “dioses” se limitan a un conjunto de anécdotas,
sacadas de contexto, recopiladas por coleccionistas de excepciones. Y un grupo
de excepciones, no formula una regla.
Puede
sorprender al lector, pero esa noche dormí más tranquilo. Es cierto que, como
ex -creyente, me encantaría descubrir pruebas objetivas e irrefutables de la
existencia de Dios o de los “dioses”. Me entusiasmaría poder descubrir
evidencias incuestionables de la existencia del alma, de lo sobrenatural o de
la vida más allá de la muerte, pero juro solemnemente que me gusta todavía más
descubrir la verdad que se oculta tras un misterio y resolverlo. Sea cual sea.
Estimulante o decepcionante, sensacional u ordinaria, revolucionaria o
convencional. Prometo que me siento igual de capacitado para aceptar que
civilizaciones no humanas influyeron en el origen de las culturas antiguas,
como para asumir que somos los únicos habitantes del universo; me siento igual
de dispuesto a creer que hay uno o varios seres superiores que crearon el mundo
y a todos los seres vivos, como que Dios es solo una muleta espiritual para
consuelo de nuestras conciencias; puedo encajar con la misma resignación que
tras la muerte física la conciencia humana sigue existiendo, como que no hay
ningún más allá… Pero necesito pruebas. O al menos argumentos lo
suficientemente lógicos y razonables para convencerme. Por eso aquella noche
taché de mi lista de misterios pendientes a las “máquinas” del templo de
Abydos, y dormí un poco mejor. Aunque aún estaba por resolver el misterio de
las “bombillas” de Dendera…
Fuente:
El Ojo Crítico
(Fragmento del libro: “El Secreto de los Dioses”. Martínez Roca, 2005)
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